viernes, 8 de diciembre de 2006

Fotos de Venezuela


Caracas es un valle. No tenía más que ese dato de la capital de la República Bolivariana de Venezuela antes de visitarla, por primera vez, en octubre del año pasado. Supongo que no habré buscado otros datos previamente porque no pude creer que estaría allí, hasta que alguien, en el aeropuerto, me dijo: “por aquí chico”. Mi incredulidad tenía que ver con el momento histórico y el contexto de la nota por cubrir: el Primer Encuentro Latinoamericano de Fábricas Recuperadas, es decir gestionadas por sus trabajadores, que tuvo su espacio en medio de una Revolución. A las revoluciones siempre las había leído, pero ahora me tocaba ver una de cerca.
En el camino hacia el hotel, aunque fuese de noche, podían apreciarse miles de luces a los costados, como si estuviésemos ante árboles navideños gigantes. Supimos que eran las luces de los barrios, las villas caraqueñas que miran la ciudad desde arriba, pero bien desde abajo.
Cuando llegamos al hotel, que formaba parte de la cadena Hilton y ahora pertenece al Estado, la visión era más clara desde los pisos superiores. Los pobres están ahí, todo el tiempo a la vista, aunque tengan casi ciudades propias en cada cerro.
Cuando el día alumbra, el paisaje se torna pintoresco. Las casas elevadas tienen todos los colores posibles y se miran de frente con los largos edificios grises, sin balcones y con rejas hasta el último piso que delatan que el hombre araña anduvo por ahí.
En esas tardes, en el Teatro Teresa Carreño, una construcción audaz que se eleva entre las avenidas inexplicables que se cruzan todo el tiempo, una gran bandera caía desde el techo de su fachada. Era un trapo enorme –rojo social, si existe ese tono- que anunciaba que la UNESCO declaraba a Venezuela libre de analfabetismo. En un país que tenía, al asumir Hugo Chávez Frías en 1999, al 70% de su población abandonada en la pobreza, no es un dato menor haber conseguido ese status. Tampoco carece de importancia que esa gente tenga acceso a la salud en sus propios barrios, con la ayuda de legiones de médicos cubanos.
Mucho se habla en Argentina acerca de la distribución de la riqueza. Existen, para ser básicos, dos métodos que permiten hacerlo: expropiar bienes y medios de producción a los que más tienen; o mantener a los ricos como están, pero que el Estado reparta socialmente parte del dinero sobrante. Chávez no usó la primera herramienta. Eligió, sin duda alguna, el camino de entregarle a los desposeídos de todo algunos derechos elementales, como comida, salud y educación. Aunque anuncia que está construyendo el socialismo del siglo veintiuno, por lo que no habría que descartar avances más profundos, sobre todo después de su aplastante victoria electoral. Por eso lo odian la clase media y la burguesía. Porque puso en evidencia que, adentro de esas casas coloridas que uno no sabe cuándo se van a caer, viven seres humanos. Y les demostró a todos que esa gente puede vivir mejor.
Muchos dicen que Chávez es un Perón tardío para su país. En todo caso, se parece en la política de beneficiar a los que menos tienen y ha aprendido de algunos errores del viejo líder, a quién ha leído mucho. Un lado interesante de su política es que no actúa como importador de pensamientos; es decir que, aun admirando a líderes de todas las épocas, sus acciones se vuelven personales. Un Chávez se prepara con una cuarto de Castro, un toque de Perón y Cristo a gusto. El plato que está servido a la mesa es único, para bien o para mal.
Luego se aportan muchas verdades que mienten.

Libertad de prensa
Jorge Lanata está cubriendo las elecciones. En su programa de Radio del Plata, le contó a la audiencia que si él viviera en Venezuela estaría preso. El “Ruso” Verea, desde su lucidez crónica, le preguntó: “¿hay periodistas presos?”. Lanata respondió que no y nadie entendió por qué él sería el primero. En realidad, Lanata, a quien respeto y admiro, no pudo evitar el error de diagnóstico: “como es una revolución, debe haber censura de prensa”, habrá pensado automáticamente, pero no es así y sobran pruebas.
En abril de 2002, un golpe cívico militar sacó a Chávez del poder por 48 horas. Los medios de comunicación fueron la principal figura de la selección que jugó su partido hasta que la gente copó la cancha. Fueron tan obscenos en su plan que todo el mundo se dio cuenta y por eso la monada que bajó de los cerros para terminar con el golpe rodeó no sólo el Palacio de Miraflores –sede del gobierno- sino también los edificios mediáticos.
Otra vez en su cargo, cuando todos esperábamos que contraatacara cerrándolos, impulsó la creación de medios alternativos de radio y televisión. Estos medios, con el apoyo estatal, han crecido de tal manera que comparten audiencia de igual a igual con los preexistentes.
Lanata, entonces, no estaría preso en Venezuela. Y quizás trabajaría en El Universal.
Lo que ocurre, y tal vez no sea un buen síntoma, es que existen pocos medios independientes: están los chavistas y los antichavistas.
En Venezuela todos parecen tener decidido de qué lado están. En cada esquina y en cada redacción.

Le vende petróleo al enemigo
Puede oírse con mucha frecuencia, a modo de contradicción con su explosivo discurso antiimperialista, que Chávez habla mucho en contra del capitalismo, pero le proporciona todo el petróleo que necesita a su principal bastión. Es cierto: Estados Unidos es el consumidor más compulsivo de crudo venezolano. O sea que muchos de esos dólares que suben los cerros vienen del norte ¿Debe Venezuela castigarse a sí misma para enfrentar políticamente a su enemigo? Parece más una tarea para el Marqués de Sade que para Chávez. En todo caso, sería más lógico pedirle a Bush que no le compre, acostumbrado a mantener el histórico bloqueo inhumano que le impide a Cuba comerciar naturalmente con su vecino más próximo.

No hay democracia
Cumpliendo con su principal promesa de campaña, Hugo Chávez Frías, apenas asumió, convocó a una reforma de la Constitución, para la que llamó a elecciones de asambleístas. Una vez elaborada la nueva carta fundamental, volvió a las urnas para que la población decidiera si estaba conforme con los cambios. Las dos veces recibió un apoyo masivo. Siempre con el voto a mano.
En el bolsillo de su camisa generalmente bordó siempre hay un pequeño ejemplar de la nueva ley y suelen regalarla a su paso. Tengo dos en mi poder. Viene bien leerla cada tanto, aunque sea aburrida como toda ley. Muchos pensaban que lo que allí se declamaba, difícilmente se pusiera en práctica; en fin, sabés que vengo de un país que está de olvido y siempre gris, cuando se trata del catorce bis.
Tras meses de campaña callejera, la oposición juntó las firmas necesarias para someterlo a un plebiscito revocatorio, figura que los mismos bolivarianos instalaron en la nueva Constitución para poder quitar a un presidente antes de que termine su mandato por vía directa. Eran varios los que especulaban viendo por dónde Chávez le escaparía al voto que podía dejarlo sin presidencia. Nuevamente a las urnas. Otra victoria aplastante.
Pero en Venezuela no hay democracia. Sobre todo porque están cansados de votar, aunque la oposición se abstenga de participar, como en las parlamentarias del año pasado. Si el Poder Legislativo está ocupado por los chavistas, será porque no son democráticos y nunca porque los otros no se hayan presentado para poder decir que no hay democracia.

Cada rosa tiene su espina
Por supuesto que aun la rosa socialista tiene las suyas.
El culto a la personalidad quizá sea la más filosa. Las calles que pudimos caminar aquella jornada del festejo por la alfabetización completa, estaban cruzadas por carteles que contenían su nombre una y otra vez: “Gracias Comandante Chávez” decía la mayoría de ellos. El mensaje es claro: la revolución es Chávez, no el pueblo. Más allá de ciertas organizaciones barriales que parecieran demostrar lo contrario, la idea que no hay proceso de cambio sin el comandante es una zanja que habrá que ver si los venezolanos deciden saltar.
En algún sentido es cierto que no hay revolución sin él, pero también puede apostarse a que no hay Chávez sin pueblo. Existen para comprobarlo dos elementos irrefutables: el contragolpe de abril, con el presidente bajo arresto y paradero desconocido, fue posible porque las masas ganaron las calles para devolverlo al liderazgo. Sólo esa participación popular evitó que el golpe se mantuviera intacto; al año siguiente, tras meses de huelga petrolera (otro intento de golpe mejor vestido), los trabajadores de PDVSA tomaron la empresa petrolera para ponerla en funcionamiento, quebrando el ahogo al que estaba sometido el gobierno, que aprovechó la ocasión para reponer el manejo del petróleo en manos del Estado. Dicen que se basaron en el modelo argentino de recuperación de empresas por parte de los trabajadores, aunque le sumaron un punto importante: el apoyo enérgico del Estado, que recuperó para sí el control de la empresa, que si bien nunca había dejado de ser propiedad estatal, estaba manejada por un grupo de gerentes que respondían a las grandes empresas extranjeras del sector, la mayoría de origen norteamericano. Hasta no es una locura pensar que, si triunfaba el golpe contra Chávez, no hubiera habido guerra en Irak, pues ya tendrían de dónde arrancar el crudo.
Otra punta que pincha es Chávez anunciando que se queda hasta la eternidad en el poder. Sus defensores dicen que es para que la oposición se ponga verde, pero él no se pone colorado cuando lo dice y sería un error histórico que el proceso, más que superarlo, pudiera terminarse en su figura emblemática y principal. Todavía parece posible evitarlo, pero todo nace en su excesivo personalismo y verticalidad, seguramente heredado de la carrera militar, que no hacen más que generar en Chávez la idea que es irremplazable; en sus colaboradores, que el comandante siempre tiene razón; y en el pueblo, que no hay cambio posible sin el presidente.
Hacia dentro del movimiento que encabeza no se advierte demasiado espacio para la discusión. Las cuestiones parecen dirimirse siempre en la misma cabeza y cuando un país o una región dependen sólo de una cabeza, pueden quedar liberadas por su impulso o liquidadas por sus delirios de grandeza.

Cuestión de minorías
Escuché muchos comentarios acerca de la homofobia de Chávez. Nunca pude establecer si rechaza a los homosexuales. No hallé comentarios de su parte al respecto en ningún discurso.
También se habló bastante de su judeofobia. Ahí sí aparecen algunos datos que admiten, al menos, dudar de sus simpatías por los judíos. Chávez ha tenido algunas palabras que resultan ambivalentes. En el acto de apertura del encuentro que fuimos a cubrir, utilizó una metáfora que en principio suena apropiada, pero dotada de contenido histórico puede tener otro destino: “Cristo ha sido el primer socialista y Judas el primer capitalista”. Simpático. Su discurso tiene siempre presente la doctrina social cristiana y hacía falta que alguien rescatara esta parte fundamental del cristianismo desde el poder efectivo y no solamente desde organizaciones sociales, pero el enfrentamiento político-económico entre Jesús y Judas ha sido, durante varios siglos, la herramienta más afilada para la persecución de los judíos: Judas representaba todo aquello desechable: haber vendido supuestamente por dinero a su guía, fue una acción achacada a todos los judíos durante lapsos extensos de la historia, a propósito de una especial afición por el dinero. Chávez, como buen conocedor de Cristo, difícilmente desconozca estos datos. Podría ser un error si hubiese sido un dato aislado.
Unos meses después, durante un acto de navidad, expresó que el mundo tiene recursos para todos “pero resulta que unas minorías, los descendientes de los mismos que crucificaron a Cristo” lo quieren todo para ellos. Luego explicó que se refería a los capitalistas, que lejos están de ser una minoría.
El apuro por retirar a su embajador en Israel durante la reciente guerra en el Líbano, sí merece ser comparada con su relaciones norteamericanas: ¿si la guerra de Medio Oriente generó esa ruptura de relaciones con Israel, qué debió haber hecho con su embajador en Estados Unidos cuando comenzó la invasión a Irak?

Uh, Ah, Chávez no se va
Ese ha sido el grito de cabecera de los chavistas desde su reposición en el cargo tras el golpe de 2002. Ayer volvió a ser la consigna al tope del ranking durante los festejos de la multitud bajo la lluvia, mientras escuchaba a su líder.
Estas elecciones han vuelto a ser ejemplo de limpieza y participación, con el nivel de ausentismo cerca de su piso histórico, aún cuando el voto no es obligatorio.
Mucho me quedó para ver tras esos pocos días por allí. Tendré que volver para ver si hay organización o clientelismo, construcción de poder popular o poder chavista.
Mientras tanto, en los cerros, a la vista pero escondidos, los que menos tienen están haciendo historia, aun cuando quienes la escriban le terminen otorgando ese lugar a Chávez.

Fernando Tebele

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